"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andabamos para encontrarnos"
Julio Cortázar

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viernes, 26 de diciembre de 2008

Torbellino de nuestras palabras

Caía la tarde cuando el cielo se partió en dos. Juan tomaba mate sentado en el suelo; sus pies chiquitos y negros de suciedad mostraban que amaba jugar. Estaba chupando la bombilla, que le quedaba grande, cuando lo vio. El cielo limpio se dividió en dos partes; de una las nubes aglutinadas, blancas y como recortadas, de otra el cielo celeste, puro. En el medio de las dos unos rayos de luz asomaban tiñendo al blanco y al celeste de un anaranjado especial, mítico. Juan aún no sabía ni de religiones ni milagros, pero supo que ese sol, ese cielo partido, era Dios. Al pensar en esto un viento levantó la tierra y lo dejó casi ciego. ¿Por qué asomaba Dios sus ojos? ¿Por qué miraría en estas desoladas y lejanas tierras a un niño de Pies Manchados? El que habla para todos hace mucho no le habla a nadie, el que ve por todos hace mucho no ve a nadie; ni siquiera sus oídos parecen oír las voces de los sin voz. Tal vez sus cinco sentidos (o quien sabe si él no tiene más) no son capaces de percibir el fuego y la palabra del Mundo por estar muy concentrado en otros pensamientos. ¿Pensará en tanto homicidio y suicidio colectivo, en tanta destrucción, en tantos castigos y penas infernales, en tanto diluvio universal, esclavización forzada, cruzadas mentirosas, inquisiciones sangrientas, colonización genocida?, ¿Tendrá miedo de que cuestionen su silencio frente a las muertes, a la tortura, a la pobreza, frente a la tiranía, a la mentira, a la injusticia, frente a la explotación, a la guerra, a la marginación? Juan sigue mirando el cielo, pero ya tiene una revelación y no deja de pensar. El silencio no se justifica, el silencio no es salud. Los sin techo, sin tierra, sin trabajo, sin salud, sin educación, sin alimentación, ni libertad, ni independencia, ni justicia, ni democracia, ni paz, están despertando. Juan lo sabe y Dios lo teme. El sumo Señor sigue ahí observando al niño, reflexionando sus mentiras, sus contradicciones. Pero Juan, que de pronto ha crecido miles de veces, en miles de personas, en miles de voces, en miles de esperanzas, ya no mira a Dios. El sumo Señor ya no existe en su cuerpo y él sabe que las cosas van a cambiar. Hay miles de seres humanos de los cinco continentes, de todos los colores del arco iris que desafían la Ley de Gravedad: gritan ya basta. Y es para siempre.

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