"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andabamos para encontrarnos"
Julio Cortázar

Encuentrése, saque se de ese acartonamiento. Busque
gente
palabras
noches de placer

busque el rock n roll

domingo, 12 de julio de 2009

El mundo quiere embellecerse

Cuando al fin abrió los ojos, todo estaba gris, sin color. Una película viscosa y grisácea se había pegado al mundo. Todos parecían estar en un film silente, sin hablar, moviéndose, gesticulando, sus caras grises, sus ropas grises. Al principio, los gobernantes de la tierra, pensaron que podía ser una buena forma de sacar a flote los viejos nacionalismos muertos en la época de blanco y negro; no faltaron, tampoco, los oportunistas que comenzaron a vender a precios altísimos lo que sería la nueva moda: ropa, calzado, bijouteri, cualquier objeto de los años 20. En la radio comenzaron a pasar temas de blues y jazz ya olvidados. El cine sólo proyectaba películas viejas. Las cosas no parecían ser tan malas. Pero para los dueños de las fábricas textiles, de tinturas, y cosméticos la cosa era distinta, y peor para sus trabajadores. Desempleados y sin dinero hicieron huelga. Los gritos de los obreros e incluso de los dueños de las fábricas del planeta se hicieron escuchar, y a ellos se unieron las editoriales, las cadenas de televisión, las jugueterías e incluso los pintores, que rechazados no podían practicar su arte. La gente comenzó a molestarse porque los miles de desocupados invadían primero las plazas, y después sus casas en busca de comida, con lo cual la gente no tenia que comer, y se unió a la masa de desocupados por el reclamo de la devolución del color al mundo. Marchaban todos juntos, unidos por primera vez, a las casas de gobierno en cada país del planeta. Pero los que estaban a cargo nada pudieron hacer y renunciaron. El mundo era una anarquía. La gente tuvo que empezar a arreglárselas sola y convivir en paz. Hasta que un día, sin que nadie se de cuenta, apareció un niño todo colorido, lleno de luz, lleno de alegría. Venía de las alcantarillas, con sus amigos, con sus compañeros del submundo, había cometido el pecado de robarles el color a los terrestres. Y el niño venia a compartirlo con ellos.

miércoles, 8 de julio de 2009


La vida dirá.

La frase sonó poco convincente de su boca, sin embargo quiso decirla. El tenía la necesidad, de que la vida diga en un futuro, lo que el día de hoy no decía. Quería que la vida, se hiciese cargo de lo que él no podía asumir. De lo que ella tampoco podía decidir. El quería cargar todo en esa abstracción: la vida. Suerte de destino que marcaría o no, el curso de las cosas.
Así él
o ella,
no tendrían la inmensa responsabilidad de decidir;

(la vida dice, la vida hace.)

No quiso admitir, lo sabía pero no quiso asumirlo, que la vida hablaba a través de él, y a través de ella. Y que por lo tanto, ellos debían asumir su voz. La vida hecha carne, a través de sus actos.

*

El caminaba abstraído, cuando de pronto, una gota de agua en su frente, y un perfume, lo hicieron viajar. Las gotas se sucedieron con rapidez, y así empezó a llover. Recordó aquella vez.
Aquella vez lo hizo callar, y tan sólo sonrió para sus adentros, acordándose del olor de su cuello. Ella observaba desde una ventana la cortina de agua, y respiraba profundo. Pensando que
las cosas no eran tan sencillas.

(O tal vez si;)

la vida dirá pensó. Pero pronto, se rió de su propio auto-conformismo. Consuelo de tontos. El quería y ella también.
Deseaba morder sus dedos, si, morder todos, todo.

*

Muerdo tu dedo, si, muerdo todos, todo.
Hoy me desperté queriendo verte. Quiero estar dormida, sintiendo el calor de tu proximidad.
Quiero olerte la nuca, morderte la oreja, besarte el cuello.

(Ella quería enloquecerlo. Sabía que podía hacerlo.)

Quiero enloquecerte y que camines abstraído. Pensando en el vívido recuerdo de nuestros besos, de mis manos que te alejan y te buscan al mismo tiempo.
Y de tus manos que me atraen hacia tu centro.
Quiero darte un masaje en la mano, pasar tus dedos por mis dientes, mi mano por tu pelo,
tu boca en mi cuello, tu risa que no sabe como escapar, pero se deja ser, se permite vivir.
Quiero que pienses y no lo hagas.
Quiero pensar y no hacerlo.
Quiero saltar el cerco.

(Pero no.)

*

Hoy es un día de deseos para mí

(De deseos para ella, que son tan simples como el escribirlos. Ella se enreda en un ovillo.)

Tal vez sea cierto, que suelo enredarme en una madeja sin un principio ni fin. Pero hoy tan sólo quiero enredarme entre tus brazos, fundir nuestro pelo y rodar.

*

El rueda en su cama. Una sombra, sobrevuela en su cabeza pero al despertar no ve nada. Sólo cuando el día va avanzando recuerda lo que soñó. Una gota de agua en su frente, y un perfume, lo hacen viajar. Ella brinda con saudade.


jueves, 2 de julio de 2009

Cuando la desgracia se entera de que es inútil empieza a secarse, se desprende y cae

Olor a kerosén inundando todo, “¿zapatos embarrados o mosquitos?”. No podía creer lo que aquel extraño me estaba ofreciendo. Dos cosas que existen en la vida, o que, a lo sumo, yo mismo podía conseguirlas, elaborarlas. Parado detrás del mostrador, el comerciante me miraba fijo, pero no parecía estar presente. Parecía repetir siempre un idéntico repertorio, ofrecer lo mismo a cualquiera, decir lo mismo a cualquiera. A pesar de todo decidí comprar los zapatos. Se los pedí y sin transición ni sorpresa, el hombre me los dio envueltos en una bolsa para conservarlos y que quedaran embarrados. Pero mala suerte, el barro se pegó a la bolsa y los zapatos quedaron casi limpios. “No, no me los llevo, (me miró), me llevo los mosquitos”. No entendía el porque de mi decisión, tal vez fue inercia. Sospecho ahora que la mirada del vendedor, roja, fogosa me incitó a hacerlo. Esta vez colocó mi mercancía en un frasco de vidrio, los mosquitos zumbaban chocando contra la tapa, querían huir. Lenta y golosamente tomo mis chelines y los guardo en una caja. Pero pronto me di cuenta que no podía irme; mi cuerpo no respondía a las órdenes de mi cabeza. Nada, nada ocurría. Seguía allí parado observando al comerciante sin saber cómo explicar lo que sucedía, que era lo que sentía. El olor a kerosén comenzó a aturdirme. Era un hedor que inundaba todo y hacía flamear el fuego de un hornillo. Me sentía dentro de la mentira de un sueño infinito. El hombre no se inmutó. Comencé a sentirme mal. El olor penetraba por mi nariz y era exhalado por la boca. Mi vista se nubló, mi cerebro comenzó a fallar, no podía decir nada, sólo balbuceos. Mi cuerpo se fue ablandando poco a poco y comencé a caer en un infinito vacío. Ya no era yo.