"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andabamos para encontrarnos"
Julio Cortázar

Encuentrése, saque se de ese acartonamiento. Busque
gente
palabras
noches de placer

busque el rock n roll

lunes, 28 de febrero de 2011

Panorámica de un paisaje urbano.


Para Holden Caulfield


Panorámica de un paisaje urbano: es atardecer, con un sol a la derecha casi lo suficientemente fuerte como para quemar la foto.

Pero no.

No llega a ser tan cálido. Se asoma detrás de dos grandes edificios. O se esconde mejor dicho, puesto que a esta hora de la tarde el sol cae y la luna crece.

La fotografía, sin embargo, se inicia a la izquierda, con doce edificios intercalados entre sí. Dos llaman la atención : se los ve cercanos, sólo que uno está detrás del otro. Presumiblemente el primero se ubique en la calle Moldes y su compañero de más atrás, sobre la perpendicular, Olazábal;

geografía barrial.

¿Barrial Belgrano? Geografía urbana digamos. Más altos, más bajos, delante, detrás, de ladrillo y material blanco, de ladrillo y material verde, blanco con verde, con más o menos pisos. Todos distintos, todos lo mismo: éste es el horizonte urbano, no una pradera.

Si se mira al frente –recuerden que esto es la descripción de una fotografía – hay más edificios, no se sabe cuántos, muchos. No vale la pena contarlos.

Se olvidó comentar que el punto de vista de la cámara (del camera-man/camera-woman) es el de un octavo piso, contrafrente y con la suerte de tener el paisaje interrumpido por un vacío limpio de chatarra urbana. Hacia abajo a la izquierda hay un baldío tomado, en el frente una terraza en un primer piso y un estacionamiento en una planta baja, y a la izquierda el amplio patio de un colegio judío. En una palabra: un cráter en el medio de los edificios, una respiración, una laguna en las montañas. Es así como puede uno asomarse y ver. Ver un poco más.

De frente, pues, muchos más edificios, sólo que esta vez parecen siluetas en 2D y no ese dibujo aprendido para dibujar volúmenes. Se ven asimismo varias de las antenas que transmiten la cultura boba. Son bichos rígidos de metal donde sin embargo se posa un pájaro. Ironía darwiniana. ¿Quién es el más fuerte?

A la derecha, por último, se ven aquellos dos altos señores antes mencionados y el famoso sol que aún calienta placenteramente.

Delante de todo esto, por fin, una reja, la de la terraza.

Si bien se trata de una fotografía, vale la pena mencionar el sonido de fondo: se escucha una salida de alguna clase de gas en un edificio vecino, el acelere de una moto, una fuerte frenada, un camión destartalado andando. Por suerte se está un poco más alejado de lo que parece, como a 500 millas.


O lo que sea.

“Claro que me gusta que se atengan al tema, pero no demasiado. No sé. Me aburro cuando no divagan nada en absoluto (…) Me gusta mucho más que un chico me hable de su tío. Sobretodo cuando empieza hablando de una finca y de repente se pone a hablar de una persona. Es un crimen gritarle digresión.”



miércoles, 23 de febrero de 2011

Simpatía por el Rock

“It´s just de shadow way” sonaba con ese ruido pastoso que tienen los casettes. Estilo noventoso: jardineros cuadrillé y la lengua impresa en alguna remera raída por el tiempo, el uso, el rock. Sin embargo, más allá de ese ruido que confundía las distorsiones de la guitarra de Richards con una lluvia incesante, casi como si fuera un recital en vivo y acuático, los fans soportando las inclemencias por sus líderes rockeros, más allá de ese ruido, el tema se gozaba igual.
Pero era el 2021 y lejos estaba esa época de oro rockera. Ella moría por ver a los Rolling Stones, leyendas vivientes, pedazo de historia surcada en cada poro de su piel. Los escuchaba a diario, realizando el ritual de poner ese cassette de su madre que ya era toda una antigüedad. Hacía más de seis décadas que esos chicos malos hacían bailar a la gente, saltar, cantar, enloquecer. Siempre, la última vez que venían era la última vez. Y aunque nadie quisiera creerlo, aunque se supiera la mentira de esos dichos, daba miedo. Daba miedo que algún día el tiempo pase finalmente factura y que los octogenarios líderes por fin cayeran, como cayeron tantos, como debió haberles pasado hace rato. Ella moría por ver a los Stones, tantas veces se había perdido la oportunidad de hacerlo. Hace mucho no se sabía nada de ellos. Ningún tema nuevo, ni discos, ni romances atribuidos, ni baños de oxígeno para regenerar la piel.
Una tarde, sin embrago, encendió la televisión y vio una imagen que casi la hizo llorar: Los Rolling Stones volvían, hacían su última gira, mundial, multitudinaria y especial. La idea era dar un recital de cuatro horas, con varios cortes, pero repasando temas ya olvidados por el paso del tiempo, temas inéditos y los clásicos de siempre. El único inconveniente era que para disfrutar del elixir musical, había que tener una fortuna similar a la de Rockefeller. Y ella no la tenía.
Comenzó a pensar ideas para juntar dinero, mucho y rápido. Apuestas, cuidado de niños y/o ancianos, ser camarera, vender por los subterráneos, convertirse en una estrella de la publicidad. Mientras cavilaba una buena idea, el tiempo iba pasando y sus ocurrencias se extremaban cada vez más, sólo que el dinero no llegaba a ella, las fechas se agotaban y los músicos no se quedarían en el país por siempre. En eso pensaba cuando un día, por mirar la vereda viendo si encontraba algún billete salvador, haciendo eso había juntado un quinto de la entrada, se chocó con un hombre trajeado. Se sintió mal. Su obsesión la había llevado a alejarse de seres queridos, a enfrascarse en su casa y a chocarse con gente. Debió haber sido por su mirada desesperanzada que el hombre le preguntó lo que le sucedía. Casi le dio vergüenza contarlo, pero lo hizo. Quería ver a los famosos y geniales Rolling Stones sólo que no podía porque no tenía el dinero ni sabía como juntarlo. El hombre trajeado estalló en carcajadas. Ella no sabía cómo interpretar esa burla hasta que se explicó: él era gerente general de la empresa que traía a los octogenarios. Ella se sintió parte de una pesada broma televisiva. Pero no, era cierto. El trajeado le dijo que le ofrecía trabajo en la empresa y ese día en el recital. Debía estar en el vip, atender a ciertos famosos de influencia y verlos a ellos, de cerca, en vivo y en directo.
“It´s just de shadow way” sonaba con ese ruido de recital en vivo, sin los arreglos de estudio, pero más real y cercano. Jagger se movía como nadie, ella lo escuchaba y era feliz.

martes, 8 de febrero de 2011

California en la Pampa

- No sé como empezar – dijo él.

- Yo tampoco – respondió ella.

Hubo un silencio, una mirada, un beso. Se tomaron las manos y entraron. La estación de servicio era pequeña, con cinco góndolas apenas, esas en las que hay lo justo y necesario para salir del paso. Tenía cosas como agua, galletas, algún sándwich. De no ser por los paquetes de yerba colocados en una de las caras de la primera góndola, la imagen podría ser la de una mala película yanqui: la estación de servicio perdida en el medio de una ruta desértica, un vendedor flacucho e insulso, y él y ella detrás del mostrador, encapuchados, con un arma y gritando esto es un asalto. Desconocían cómo proceder. Más que novatos, eran improvisados, dos lanzados a la suerte. No pretendían hacer del robo una forma de vida, una larga carrera llena de tropiezos aunque en constante ascenso hasta convertirse en los más conocidos ladrones del confín. Era demasiado rebuscado ese propósito; ellos eran improvisados y robaban para tener dinero en ese momento. No importa el por qué. En la estación sólo estaba el vendedor flacucho y otro que cargaba el combustible y que en ese momento estaba detrás de una puerta de la estación y desde allí observaba todo. Ellos eran el único personal y detrás de esa puerta guardaban sus pertenencias.

- Esto es un asalto – volvieron a decir.

El estupor del vendedor flacucho, al que se podría llamar Maxi, era tal que apenas podía moverse. Tres veces tuvieron que repetir él y ella la bendita frase para que accionara. Cada vez se exacerbaban más. No sabían bien qué hacer y por lo tanto sólo les salía exagerar todo, como si realmente aquella fuese una geografía yanqui, hubieran diez cámaras y el asalto fuese a una cantina de cowboys. Pero no. Las tierras tenían la inmensidad de la patagonia en otoño y a nadie le importaba un robo allí.

Esto es un asalto – cuarta vez.

El vendedor puso el dinero en la gorra que le tendía ella. Tenía bordada la palabra APROCABOA. Miraron el dinero juntado. Era paupérrimo. El preguntó dónde estaba el resto y Maxi contestó que no había resto mientras miraba hacia la puerta dónde estaba el expendedor de nafta. El ladrón corrió hasta allí y abrió la puerta pero no encontró nada ya que el otro se había escondido detrás de la mercadería del local.

Realmente no había más dinero. Nadie iba a esa estación. Hasta los dos del personal vivían lejos. Maxi miró a sus ladrones rogando que nada hicieran. No sospechó que eran incapaces, que no pretendían hacer una carrera ni daño a nadie. Antes de irse le dieron una palmada en la espalda. Los asaltantes colocaron el dinero en un bolso y se fueron. Se sacaron las capuchas y caminaron por la ruta.