"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andabamos para encontrarnos"
Julio Cortázar

Encuentrése, saque se de ese acartonamiento. Busque
gente
palabras
noches de placer

busque el rock n roll

domingo, 24 de abril de 2011

Salir más abrigado que de costumbre (que de la costumbre de los últimos tiempos) es signo de algo más:
el otoño ha llegado. Tiene esa nostalgia de domingo, cuesta salir pero se sale, se disfruta y hasta se siente novedoso (se redescubre)
Pronto hará más y más frío aunque aún puede gozarse el sol caliente de la tarde (pullover de día mediante).

Y si. La hojas de los árboles vuelven las veredas marrones y rojizas. Cuesta más salir de noche o debe buscarse al menos una salida que justifique la incursión, el transformarse en una cebolla de abrigos.

En tiempos friolentos, la cerveza suele cambiarse por un vino, las mesas de un bar al aire libre, por unas dentro o directamente renace la cinefilia y no paramos de gastar nuestros ojos en buenas y malas películas. Da menos culpa dejar plantados a los amigos.
Cuesta más salir de la ducha, dejar el vaho de vapor para tropezarse con el frío de nuestra casa.
Da placer el peso de las frazadas y prolongar cinco minutos más el dormir.
Si se tiene una cucharita a mano, se disfruta más y sino (a veces) se la busca.
Se aprovecha el día, el mate del Parque termina antes pues la caída de la noche nos hecha del verde.
Se extraña usar vestidos, o se siguen usando pero con calzas o pantalones debajo (nunca fui una Fashion Victim de esas capaces de pasar frío para estar "más lindas")
Cuesta más desvestir al otro, aunque cuanto placer en despojarlo de cada una de esas prendas y entrar en calor. El sudor chocando con el frío de la noche.

Pies fríos imposibles de calentar, muñecos de nieve de tan abrigados, narices rojas, guantes con llamas norteñas, estufas prendidas, calles desoladas y mucho más.
Mucho más.

Como dice Vinicius y María Galindo


«Que el amor sea eterno mientras dure», dice Vinicius de Moraes (Que não seja imortal, posto que é chama. Mas que seja infinito enquanto dure.) «No puedo ser la mujer de tu vida, porque soy la mujer de mi vida» graffitea María Galindo y las Mujeres Creando.

¿Y yo que digo? Pienso.

La mujer de mi vida. El hombre ideal etc. ¿Existen? Detrás de ellos viene la sagrada familia, la casa con un perro y dos hijos y todo el dogma judeo cristiano. Y occidental.

No.

Hay hombres y hay mujeres. Amores que son eternos e ideales mientras duran y se viven con la intensidad de ser El Amor (tal vez, o no y simplemente se viven). No puedo (ni quiero, la exigencia sería muy fuerte) garantizar ser La mujer. Sin embargo, tampoco estoy pudiendo ser Una y es por cuestiones que me exceden. Da lástima, bronca, por lo perdido. Los olores de un cuerpo, los besos aprendidos (aunque siempre nuevos y frescos), las cucharitas de la madrugada, y claro, los gemidos de placer, el tiempo suspendido donde reina lo no racional. Que lástima. "Que falta de respeto, que atropello a la razón" (cuánta frase de canción a flor de piel)

Establezco teorías pues los signos son contradictorios, hasta que me canso y digo

- Basta.

Mejor atenerse a los hechos. Materialismo puro. ¿O peronismo? Sí, es ese pragmatismo que tiene el peronismo el que le hace falta a nuestro sentir. Es mi nuevo y último Dogma (efímero seguro, hasta que vuelva a preguntarme y cuestionarme lo dado.)


Recuerdo: Escena de «La vida de Brian» de los Monthy Pythons. Están a punto de crucificar a Brian cuando llega Judith, su amada, a perdir ayuda al Frente Popular de Judea, donde militan ambos, para impedir el hecho. En lugar de salir corriendo, comienzan a debatir cómo actuar y redactan un manifiesto.

Esta genial ironía política para las izquierdas, podría extenderse a nuestros corazones (de cualquier ideología, eso es universal.) Siempre damos vueltas y más vueltas. Puta burocracia: es este posmodernismo que a todos nos toca vivir, el que nos lleva a temer decir lo que sentimos. Se pone de moda el Yoga, la Homeopatía y lo Zen, pero de manera superficial ya que seguimos sin conectarnos. No se tolera el sentirse mal, ni hay un cuestionamiento sobre el por qué. «Ya va a pasar» Y quizá pasa, o quizá no y queda en el fondo un resabio que resurge cuando se vuelve a caer.

Generalizo algo que me es propio o al menos propio de nosotras, las mujeres. Será por una cuestión social, pero hay un no entendimiento entre ustedes y nosotras. Maquinamos (nosotras, las minas) y dudamos si hablar o no. «Mira sí...» Y callamos. Yo prefiero una tristeza fundamentada a una incertidumbre sin razón de ser. No soporto el «que hubiera pasado sí»

Si no hablaba,

si me la jugaba.

Etc.

Ojo. Antes hablaba más y por cualquier cosa, ahora no tanto. Igual sigo creyendo en mis capacidades perceptivas, y a veces me equivoco, por supuesto.


Una constante: Uno nunca deja de sorprenderse y en general todo es más sencillo. Con la complejidad que eso tiene.


Al momento, este texto más que teoría es reflexión. Palabras vomitadas, letras que salen a borbotones, pensamientos que buscan su cauce.


Otro recuerdo: En mis vacaciones del Sur, hubo una noche en la que una de mis amigas le contó a un troglodita (la palabra es fuerte pero justa. A una amiga nuestra, lesbiana, le dijo que lo era por no haber probado un buen tipo-pito. Cómo es de suceptible el macho argentino.) Como decía, mi amiga le contaba que para ella el amor no tenía que ser necesariamente por siempre, ni monógamo. En su inconprensión, él justificaba ese pensamiento asegurando que le habían roto el corazón. La cosa no iba por ahí, el corazón seguro se lo han roto porque nadie está exento de eso, pero ese pensamiento ella lo tiene por convicción propia, ideología. Nos pareció absurda esa justificación, y sin embargo yo ahora la medito. Constituye tal vez una de las posibles teorías (de esas que establezco hasta que digo: - Basta.)

El Indio canta que «un corazón no se endurece porque sí.» Y si, el indio es bastante durazno pero más allá de eso, ¿va por ahí la cosa? ¿Hay un corazón herido o resentido? Resentido en el sentido más «medico» digo, como cuando un músculo se resiente por darle mucho trajín. Un re-sentir. Vivir mucho, ¿lo suficiente? Me cuesta entenderlo y no lo veo reflejado en quienes me rodean (de todos los márgenes generacionales) Difícil pensarlo pero uno nunca sabe. Que fácil es caer en la psicología barata (y los zapatos de noséqué esta vez) ¿Serán ciertas las ganas de nada? o simplemente como dice mi treiteañero amigo Quique -callejero, filósofo y tanguero de piel- es «puro chamuyo»


Discurso feminista: En esta sociedad patriarcal las mujeres debemos pensar siempre en otro. El hombre, la familia. A ellos los han llevado a ser autosuficientes e individualistas. En parte por eso hay un no entendimiento. Dos individuos mirando a uno solo. El así mismo y ella a él. Lo pensamos egoísta. ¿Por qué? ¿Por qué no pensar que somos nosotras las huevonas y que es válido querer estar solo, sin pensar en otro? Nos desgarramos las vestiduras en vano, al pedo en criollo.


Siempre hay más debajo de toda tristeza. Como si hubiese una capa superficial, una punta de iceberg y después el resto. Otros hechos se desencadenan (cuanta voltereta, de esa que me quejo para decir algo) hay otras frustraciones, otros miedos sobre los que uno debe interrogarse. Lo tremendo es la caída. Esa que no se espera, esa resolución de hechos que no se puede augurar. Los reyes magos no existen nene: la pérdida de una ilusión. Aunque sea chiquita e indescifrable.


«Puro chamuyo» dijo Quique, «es otra cosa» Y no sé si será cierto pero me dió gracia que lo diga inmediatamente después de relatar cómo la piba con la que salía (cortaron, no sé si hoy sábado en un ataque de soledad la habrá llamado) le hacía absurdas escenas con puteadas, gritos y hasta lo despertaba en la madrugada (cucharita mediante) diciéndole que «le había caido la ficha» sobre X hecho y lo rajaba a las 3 AM de la loma del orrrrrtoo. Pobre, él decía que había apostado al amor, se ve que la apuesta no fue recíproca.

¿Eso es amor?


Ultimo recuerdo: Los padres de la mencionada amiga mía (la del episodio del Sur) al escucharnos un día quejarnos de los celos y la necesidad de que existan para sentirse seguros, nos auguraban un «van a sufrir chicas» Y evidente, y lamentablemente, así parece.


No queda otra entonces que tomarse con menos solemnidad las cosas. El amor será eterno nuevamente y en otra forma. "Ya sufriste cosas mejores que éstas" Inevitable no explotar mi esencia de laurita Lo redo, aunque más bien parezco una Paula Cohelo cualquiera. Sentirse bien, tranquilo, logrando una buena belleza interna, de esas que se expanden (todo relativizado por la imposibilidad de certezas totales en este mundo) Y ahí sí, encargarse de uno. Bailar, teatrar, escribir. Y lo urgente por lo pronto: ponerme a leer que se me viene la noche, la maldita noche de la academia. Puaj.


viernes, 8 de abril de 2011

Dos veces y media yo.


Crónica desacartonada sobre el Parque de la Memoria. El mismo se encuentra en Costanera Norte, a unos metros de Ciudad Universitaria. Pensado y diseñado en "Honor a las víctimas del Terrorismo de Estado", se trata de un espacio amplio, con distintas intervenciones artísticas dispersas en el predio. La principal, o al menos en torno a la que gira esta crónica, es un Muro. Cinco paredes con  30.000 ladrillos. Muchos de ellos están tallados con nombres, 8718.


Dos veces y media yo


El muro es el eje, el protagonista ineludible. Primero uno, luego otro y después uno más. Tres. Larguísimos (¿cien metros?), y tan altos como dos veces y media yo. 
El muro puede adjetivarse y describirse. Sin embargo es difícil quedarse en un registro frío y distante.
El muro interpela de una forma personal, cada quien ve algo distinto y es complejo explicar lo que genera. Hay que ir.

Son piedras rugosas y ásperas talladas con nombres lisos y suaves. 
También, más que nada, son vidas que por su ausencia aún están presentes, historias del ayer que llegan al hoy. No son sólo nombres anónimos. Letras y más letras, sí.
También, cuerpos y mentes que fisicamente no están pero que de algún modo se hacen carne en estas paredes. 
Es inevitable no imaginar quiénes fueron, o no buscar a quien uno conoce.


El monumento cubre el período 1969-1978 y se ordena por año y alfabéticamente.
U, V, W. Encontré a Walsh.
Descubrí a Julio (Jorge Julio) López. ¿Por qué no extender la cronología al presente?
Pienso en si estará el amor chileno de mi madre. Víctor se llamaba.
Pasos y pasos. El año más largo de caminar es el 76, con muchas vidas por leer. Presentes ahora y siempre.
Algunos tienen su edad detallada, tenían tanto 13 como 63; otros no.
Hay embarazadas. Hijos que (tal vez) aún hoy no saben su real historia. ¿Y uno la conoce? Nuestra vida está marcada por hechos que la mayoría de las veces no cuestionamos, en los que no indagamos. El muro (nos) interpela.
30.000 vidas, 30.000 piedras, 30.000 lápidas. ¿Y dónde ubicarse si este muro es también un nosotros?

Y más nombres, y más pasos, y más muro alto.

En el Parque de la Memoria hay silencio. Solo el viento fresco del Río de la Plata susurra en la oreja de quien lo recorre. Las obras de arte están lejanas entre sí y hay cuatro personas a la vista. Podría parecer vacío de no ser por un muro que obliga a doblar el cuello y ver hacia arriba. Dos veces y media yo garantizan que sea imposible no ver. Él trae el pasado al presente.



Crónica realizada en el marco del Taller de Crónica Periodística de Lavaca, dictado por Claudia Acuña.

jueves, 7 de abril de 2011

La postal


Encontré un cuentito de Junio del 2009. Mucho tiempo ! (me gustó más de lo que recordaba)


Le corregí puntuación y algunas cosillas.



La postal




Dedicado a (inspirado en) Raymond Carver



Miró una vez más hacia abajo. Aún no se decidía aunque tenía que hacerlo; hacía más de media hora que estaba allí parada, observando, esperando un impulso: saltar o no saltar. Una audiencia bastante considerable esperaba su decisión y cada vez eran más, no podía irse. Saltó. La caída no duró lo suficiente como para tener conciencia de ella. Pronto el agua helada le tocó todo el cuerpo y el impulso la hundío hacia abajo. Salió a la superficie dando brazadas, y lo primero que vio fueron las caras expectantes de ese público improvisado que la miraban sorprendidos y aplaudiendo. Se sintió bien. El agua helada le había hecho correr la sangre por las venas de manera más veloz, o al menos así se sentía. Se recostó en una piedra y muy pronto el sol empezó a calentarla de nuevo.
- Lean, ¿me pasas un cigarrillo por favor?
Leandro estaba acostado boca abajo, leyendo, levantó la vista y la miró. Dejó el libro un momento, fue a buscar el bolso y volvió fumando con un cigarrillo, se lo pasó.
- ¿Me viste saltar? – dijo Ana
- Si. No creí que te fueras a animarte, tanto tiempo ahí parada.
- Bueno, no es tan fácil. – Ana odiaba que Leandro dijera cosas así – Tendrías que estar ahí, uno se da cuenta que en realidad es mucho más alto de lo que parece y que hay piedras. Tuve miedo. Anda si te animás.
- No me interesa. Me alcanza con verte a vos y a los chicos que pasan por al lado.

– se rió – Ellos sí que se tiran sin pensar.
Ella lo miró enojada, quiso decir algo. Los chicos, pensó, no tienen desarrollado el miedo de los adultos, juegan más y piensan menos. Pero no dijo nada.
- Pensé que no me habías visto – dijo ella finalmente, sin poder contenerse.
- Te ví Ana, lo que pasa es que no puedo dejar de leer. Hamlet acaba de confirmar que Claudio mató a su padre.
Ana volvió a mirarlo, pero esta vez resignada. Se preguntaba si habían hecho bien en irse juntos de vacaciones. Hace menos de una semana habían llegado y ya peleaban, o al menos vivían constantemente escenas como estas. Sentía que en el fondo ya ninguno se soportaba. Sin embargo le sonrió, miró el río y las sierras cordobesas, exhaló la última bocanada de humo y apagó el cigarrillo. Se dio vuelta y se puso a su vez a leer su libro.
- ¿Sabías que hay una película de este cuento?
- ¿Si? – Leandro contestó fingiendo interés – ¿De cual?
- De un cuento de Carver, “Parece una tontería” se llama. No la ví, pero me dijeron que estaba. Debe ser buena, el cuento al menos es interesante.
- ¿Interesante? Tal vez después lo leo. Estuve pensando que hoy a la noche podemos comer afuera. ¿Qué te parece?
- Podría ser. – Ana intentaba calmar el rencor que aún la dominaba – Vamos, dale,¿por qué no? Hay que ver a dónde ir.
No charlaron más por un buen rato, ambos siguieron abstraídos en sus lecturas, olvidándose de la presencia del otro. Ella pensaba en un compañero de su facultad que varias veces la había invitado a salir, pensó que tal vez podía aceptar. Juan podía cansarse de tantos rechazos, y después de todo la relación con Leandro no estaba bien. Decidió que iba a ver como se desarrollaban las cosas en los diez días de viaje que quedaban y ahí vería cual era su desición. El pensaba en su trabajo, cuando llegara tendría que ponerse al día con muchas cosas, revisar expedientes, hacer llamados, tener reuniones, todo sumamente engorroso. Iba a volverse loco. Seguía arrepintiéndose de no haber traído algunos expedientes al viaje. Ana no lo había dejado. “Estamos de vacaciones” había dicho ella. Y era cierto, pero si los hubiese llevado tal vez podía ganar tiempo, ahora ya no. Ana rompió el silencio

- Qué te parece ir al bar que hay sobre la calle principal. El naranja, creo que no es muy caro y está bueno.
- A ese no. Hay mucho careta. Prefiero pagar más y que vayamos a un lugar donde estemos solos. ¿Hace cuanto no cenamos juntos?
- Quiero ir a ese. No es por que sea barato, hay buena onda y pasan música que nos gusta. Siempre tan cerrado vos. Estamos solos, ¿qué te importan los demás?
- No voy a ir ahí.
Se callaron, un silencio sepulcral flotó entre los dos. Ambos siguieron leyendo pero ninguno prestaba atención. Pensaban lo mismo: ¿Qué hacían en un viaje así? Tan lejos de todo y sin ganas de nada. Ninguno recordaba cuándo había sido la última vez que cenaron juntos, ni cuándo había sido la presencia del otro los había puesto nervioso, o cuando el hacer el amor no se había tornado una rutina. 26 y 27 años y el sexo era un lugar común que ambos ya conocían.
- Tendríamos que ir yendo. Va a oscurecer y no quiero dormirme tan tarde – Leandro seguía con su rutina y su estructura inclusive de vacaciones. Ana sentía que ya no había lugar a la improvisación. Decir algo de nada servía. Decidió que en adelante le dejaría pasar todas las situaciones que la incomodasen, dejaría que él decidiera y tal vez así todo iría mejor.
Cuando llegaron a la hostería se bañaron y fueron a comer. Terminaron en el restaurante naranja. Sonaba Janis Joplin de fondo. Compartieron una pizza, tomaron cerveza y la pasaron muy bien. Parecía que ambos habían decidido eso, por lo menos hasta que el viaje terminara. En el hotel tuvieron un sexo que hace tiempo no tenían, disfrutaron. Terminaron durmiéndose tarde y levantándose más tarde aún. Al día siguiente pasearon por el pueblo, compraron miel casera y rieron de por vivido. Las primeras miradas que se habían hecho en la clase de economía. El se recibió y ella no, pero siguieron saliendo. Al atardecer él decidió pasar por el supermercado, comprar un paquete de yerba, galletitas y ciertas cosas que hacían falta. Ella iría al hotel, se bañaría y lo esperaría. Podía empezar a preparar los sanguchitos de la noche.
De camino al hotel Ana decidió cambiar el recorrido, conocer otras partes del pueblo. Fue así que en medio de una pequeña calle de tierra pasó por una casa con la persiana levantada. Al principio pasó de largo, pero volvió pues algo le llamó la atención. Un hombre de unos 30 años estaba sentado en un banco tocando el bandoneón, una luz muy tenue lo iluminaba y colaboraba a la mistificación de su imagen. Tenía el pelo largo y bastante barba, seguramente Leandro lo consideraría un careta más, pero a ella la imagen la impresionó. Algo se le movilizó por dentro. El hombre comenzó a tocar un tango. La nostalgia la invadió. De pronto él se detuvo, parecía pensar en algo. Levantó la vista y la vio. Ana se quedó inmóvil, no hizo nada, ni pretendió hacerlo.
- Hola, ¿qué tal? – El hombre de barba se acercó a la ventana y la saludó. Ana encontró sumamente irresistible su voz.
- Hola – contestó, casi titubeante – disculpame, es que justo pasaba y me llamaste la atención.
El se rió y le regaló una sonrisa, le hizo un gesto y la invitó a pasar. Ana miró la hora: tenía algo de tiempo. Esteban le contó que vivía en Córdoba hace diez años, que tenía una banda de tango con la que viajaba cada tanto, pero básicamente tocaba ahí. Vivía durante el año de lo que hacía en la temporada, de tocar en bares, plazas, donde fuese que lo llamaran. La conversación se tornó tan interesante que cuando Ana vió la hora casi corrió hasta el hotel, Leandro iba a matarla, se sentía culpable, no sabía por qué. Sin embargo cuando llegó él no estaba, en la recepción le dijeron que no había vuelto aún, lo llamó al celular y no respondía. Su culpa se tornó en preocupación, y luego cuando él llegó y le dijo que se había quedado charlando con un viejo que le había hablado sobre el pueblo, se enojo con él y consigo misma.
- Vamos a comer algo por la plaza, ya es tarde – Dijo ella.
Fueron a la plaza y comieron unas empanadas. Leandro le contó las historias del viejo.
- ¿Podés creer que la única que vez que estuvo en Buenos Aires le robaron? No volvió más, pobre viejo.
En la plaza sonaba un grupo de tango. Esteban tocaba el bandoneón. Pareció sorprenderse cuando la vió con Leandro. Su novio se acercó en un momento a una mujer que lo estaba mirando, la saludó y charlaron un rato. Ana pensaba pedirle una explicación cuando de pronto la banda terminó y Esteban se le acercó.
- Hola, ¿cómo estas? – Se rió – te vi con alguien.
- Es Leandro, mi novio.
- No sabía nada.
- Si, por ahora – ¿Por ahora pensó Ana? Se sorprendió de su respuesta, pero la repitió, queriendo explicarla – Por ahora es mi novio. Igual, sabés como son estas cosas. Los viajes de pareja que se hacen para... – Se quedó callada. No sabía por qué estaba de viaje.
- Bueno si querés, vos y tu novio pueden venir esta noche a Macondo, tocamos ahí a la una.
Macondo era el restaurante naranja. Ana sonrió para sí misma y asintió. Le prometió a Esteban que le iba a consultar a su novio.
Cuando Leandro volvió ambos quisieron saber con quienes hablaban.
- Es una chica que apenas conozco, compañera del trabajo de mi hermana. Decíme vos quién era ese personaje barbudo con el que hablabas. ¿No era el de la banda?, te quiso conquistar seguro.
- Era el de la banda, pero no lo conozco – mintió sin saber por qué, por qué no contaba que ese día había cambiado su recorrido y conocido al hombre de la barba de pura casualidad – Estaba invitando a todos esta noche porque tocan a la una en Macondo, el lugar al que fuimos, el naranja, ¿vamos?

- No, no quiero. No me gusta el tango, lo sabés. Andá vos si querés – pretendía que Ana dijese que no
- Bueno yo voy, de última ya sabés, me buscas ahí. Ni bien termine voy al hotel.

Ana volvió a las cinco de la mañana. Leandro dormía. Ella aún olía a cerveza. Aún rondaban en su cabeza las imágenes de ella y Esteban, el olor a Esteban. Se sentía bien y al mismo tiempo mal. Leandro tenía la ropa con la remera al revés y el pantalón mal puesto, como a las apuradas. Ana no se dio cuenta, no quiso darse cuenta. El tampoco quiso reconocer el olor ajeno en el cuerpo de su novia. Por la mañana ambos pensaron que sería interesante cambiar de planes e ir a otra ciudad así conocían un poco más. Córdoba era una provincia muy linda. Se fueron a traslasierra, todos los pueblos de allí les parecieron hermosos. El resto del viaje se mantuvo estable, rutinario.
Al volver a Buenos Aires cada uno decidió que iban a seguir la relación. En realidad nunca habían hablado entre ellos terminar, ni tampoco hablaron entre ellos el seguir, fue un acuerdo implícito, en silencio. Estaban cómodos así y después de todo, pensaban los dos, ya tenían 26 y 27 años, no era tan importante la pasión y el escucharse y acompañarse en todo, eso era de adolescentes, y ellos eran adultos. Estaban acostumbrados el uno al otro, tal vez hasta tuvieran hijos algún día. No volvieron a hablar sobre el viaje a Córdoba, y mucho menos sobre aquella noche de la plaza, aquella noche de Macondo. Estaban bien así, lo repetían una y otra vez, estaban tranquilos. No valía la pena.

sábado, 2 de abril de 2011

Gorila del sentir.

La lapicera escribe porque el corazón siente. Si aparecen estas letras es porque una descarga es necesaria, porque así duele menos.
Le huyo a las grandes palabras.
Ama.
Sufre.
Teme.
(Casi un amar, temer, partir)

Tal vez sea porque es difícil identificarse en sentimientos que de tan populares, se vuelven complejos. ¿Complejos para quién?

Gorila del sentimiento.
¿Dónde están los ovarios para gritar sí amo, sí sufro, sí temo? Cuanta locura.

Quizá amar sea una palabra grande. No a cualquiera puede decírsela porque la procesión va por dentro y debe ser real.
Ansiedad.
Memoria recurrente sobre ciertos hechos. (Desconcentración constante.)
Encontrar en todo algo del otro.
Sonrisas inesperadas mientras se camina, o se estudia, o se viaja en colectivo.

Signos. No a cualquiera se le dice te amo porque detrás de esas palabras hay mucho más.

Entonces sí. Mejor cuidarnos y no decirle nada a nadie, ni siquiera un tequiero. Mejor no darse cuenta de que por dentro algo se mueve. Mejor pensar mucho, en el trabajo, los amigos, la poesía rusa del S. XIX. Lo que sea. Mejor pensar y no sentir.

Alto.
Volví al principio.
Gorila del sentimiento.

Reformulo. Visto y considerando que mi cabeza piensa de más, y que eso es inevitable, agreguémosle el sentimiento.
Lo confieso: siento.
¿Qué? Mucho. Cuesta identificar. Pero la base está y el sentimiento también.

Eso me hace feliz.

Sentir es una victoria. Frente a la frialdad y acartonamiento de la vida. No todo es tan estructurado, tan meticulosamente planeable.

Se me fue todo de las manos. Y me encanta. Derribe una coraza - vivo sus concecuencias -
Prefiero eso antes que el cálculo.
Desconfío de manera intuitiva, también profundamente, de aquellos que tienen todoclaro.
¿Quién sabe todo tan bien? Es preferible la confusión porque la vida así es.

No a dejar de lado la piel. No a dejar de lado el sentir en la profundidad del cuerpo. O del corazón si se prefiere.
Cariño, amor, odio, miedo.
Amor.

Sentir es una victoria, la elijo. Y si suena chiapoteco, me chupa un huevo.
Un ovario, perdón.