"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andabamos para encontrarnos"
Julio Cortázar

Encuentrése, saque se de ese acartonamiento. Busque
gente
palabras
noches de placer

busque el rock n roll

jueves, 22 de diciembre de 2011

Poesía cardíaca -Daniela Andujar

Un minón. El pelo suelto, maquillaje negro, campera brillante, corpiño de leopardo y un tatuaje en su brazo. Una rockera.
Daniela llega y saluda a todos. Y habla, y participa.

Dice que se dice más diciendo menos y entonces empieza :
Nos tira (me tira) un avión de papel con un poema que afirma que los misterios no acaban, o sí, pero que cuando eso sucede empieza -ella- de nuevo.

Hay más, ella recita y se nos cae el culo. Imposible no encantarnos. Daniela en sus poemas es clara, putea y va de frente, interpela -me, nos interpela. Mueve las manos. Y gesticula.
Cuando dice que sentir es una gloria, le creo. Encaja a la per fec cción.
No a la profesionalización del sentimiento.
En sus poesías -una vez le dijeron que no lo eran. Mentira total- En sus poesías, está la huella del placer que tuvo al hacerlas. El placer está obturado cuando se hace para afuera.

Entonces ella se divierte. Y disfruta leyendo. Porque no es que acabar no sea importante, pero que lindo es ese intermedio del juego y el placer y calentura. Así, de frente.

La palabra -y ella desafiando a la palabra- moviliza.
Hay brillo en su-nuestra mirada. Ojos demasiados profundos.



sábado, 24 de septiembre de 2011

La evolución de mi ser se plasma en mis escritos

De alguna forma, ella sonreía. Le era inevitable y eso era lo hermoso.
¿Había un por qué? Tal vez, pero eso no importaba.

domingo, 10 de julio de 2011


Ser o no ser: uno intenta no etiquetar y sin embargo lo hace. Y se da cuenta que lo hace, por ejemplo, cuando un tachero nos habla de Marx, Mao o Miles Davis y nos resulta sorprendente.

Hacía mucho que las noches porteñas no registraban los fríos de las actuales. Las sensaciones térmicas de hasta 2 grados bajo cero vuelven recurrente la anécdota de aquel nevado 9 de Julio, y las ganas de volver pronto a casa. Así fue como hace una semana, un domingo, me encontraba volviendo con mucho frío y con la duda de si esperar o no el bendito 151, cuando esa duda se acabó: el colectivo pasó riendo frente a mi cara.

-Iara, al taxi - le dije a mi amiga. Y así lo hicimos.

El viaje fue singular. En principio, mi amiga discutió con el taxista por el nuevo sentido de las calles de su barrio, ahora cambiadas por la construcción del viaducto de Monroe. Pero lo más llamativo no fue eso, sino el tema del empedrado.

Sí. Empedrado.

Uno construye etiquetas llenas de prejuicios todo el tiempo, es inevitable. A los taxistas les coloca varias y es por ello que uno sabe que una de las características de ellos es hablar y hablar.
Iara bajó del taxi y el conductor, confirmando mi intuición, comenzó a dialogarme.

Que las calles empedradas rompían los autos, que los vecinos de Avenida de los Incas no querían asfaltar su calle por conservar lo colonial, que estaba bien hacerlo en una callecita, no en una avenida transitada, que ellos pensaban que eso era clase pero que no. De pronto, como conclusión de su monólogo dijo:

- Solo sos pintor si vivis en París.

Lo afirmó pero en esa afirmación había en realidad una ironía. Esa frase sola condensaba, parodiándola, esa falsa creencia que el tachero decía que tenían los vecinos de la Avenida de los Incas sobre lo que es La clase. Y también mucho más.

Condensación de imágenes, movilización de ideas.

A algunos nos cuesta horrores lograrlo y sin embargo mi tachero lo tenía a flor de piel.

Habrá que contagiarse.





sábado, 9 de julio de 2011

"Me voló la peluca"

Buena frase. Tan lunfarda que se siente intraducible a otro idioma, o al menos si se hace, carece de sentido.

Es ese cimbronazo, esa cachetada que te deja temblado, con la estantería toda movida. Es ese soplo en definitiva, ese juego clownesco en el que con una caña alguien le roba el peluquín al desprevenido personaje. Se le vuela la peluca y se sale de sí.

Que bien se siente que alguien nos la vuele. Y que desilusión cuando todo vuelve a su lugar.

Volé pelucas, y con eso el ego de cualquiera (o al menos el mío, no voy a cometer la falacia generalizadora) se siente bien.

¿Pero si volar cabelleras no basta?
¿Y si volar cabelleras no me basta?

El público se divierte con el sufrimiento del payaso al descubierto. El teme el ridículo por haber perdido su brillante pelo falso frente a todos.

No es hecho menor el que a alguien se le vuele la peluca, que lo permita. Tiene que superar ese miedo al rídiculo.

miércoles, 22 de junio de 2011

Honor a la saudade


¿Por qué no hay una saudade argentina (o castellano-española)?

¿Por qué en la infinitud de palabras inútiles que poseemos, no hay una que signifique lo que la saudade significa?

Recuerdo leer una crónica de Lispector en dónde ella (en realidad ucraniana) decía algo similar, fascinada por un lenguaje ajeno - con el que encima tan bien sabía jugar. Maldita Lispector -

El lenguaje muta. El no uso mata, el uso da vida.

El lunfardo tiene más vivacidad que muchas palabras de este castellano que adoptamos y deformamos. Palabras llenas de polvo.

Creemos, en síntesis, una saudade nuestra.

Porque hoy estoy así. Domingo de sol y de Caetano Veloso -

¿Quién escribe?

Detrás de estas letras y palabras y textos, una extraña escribe (o transcribe lo que es parte de un pedazo de papel . -

¿Quién es?

Soy yo -



*


¿Hay dos que habitan en mí? Me nombran Laura. Laura es Laurel y Laurel es Victoria.

En mis ojos chicos y marrones no veo una transparencia, sí una honestidad. Si hay en ellos algo opaco y de misterio es porque miran, indagan.

Guardan una espera esperanzadora: eso es más de mí.

Soy Laura y por mi papá soy Loredo. A mí igual me gusta usar el Rubio de mi mamá. Siempre hay una.

Tengo un costado de mi cabeza con el pelo corto casi al ras, en el otro el perlo cae largo y ese juego de contrastes me gusta.

Me siento múltiple e inacabada.

Soy una joven de 25 que tal vez vivó demasiado o pensó demasiado (o así al menos lo sintió) Con placer y con dolor. Tengo un aroma reconocible. Muy mío.

domingo, 22 de mayo de 2011

Siempre fuiste mi espejo, quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Julio Cortázar .



Yo a ella


Percibo en Eugenia una timidez a flor de piel. Una que la hizo desviar sus ojos de los míos la primera vez que estuvimos de frente. Una que la hizo tomarme las manos con delicadeza, casi con temor de apretar mucho a esa desconocida que soy yo. De cualquier manera -presiento- detrás de esa timidez hay mucho más.
Tiene cara dulce, nariz pequeña, ojos verde celestes grandes y expresivos (¿Por qué no los muestra?) cálidos como sus manos, que si bien sentí frías desmienten el mito e igualmente son tiernas. Acarician y eso relaja.
El tiempo pasa, ciertas barreras se derriban. Eugenia tiene los ojos cerrados, toca una pipa que tiene un Aladino tallado y sonrie intentando descubrir qué es eso. Se le escapa una risa corta y bajita a la que se escucha divertida y sorprendida.
Confiesa que sí, que le dió timidez el mirarnos directamente a los ojos y vuelve a reir para afirmar esa sentencia. Veo transparencia en ella. Se pone un collar blanco de mostasillas, pesado y múltiple. Alga blanca. Planta marina. Y va con ella, con sus ojos azules y grandes.




Ella a mí


Laura eligió un objeto exótico, una pipa estilo árabe, que combina perfectamente con su vestido rojo y su aparente tranquilidad.
"Me pareció divertido que la pipa tenga cara", contó mirándome a los ojos como queriéndome decir que no había una gran explicación para su elección.
Serena, de manos pequeñas y suaves, reconoce que no le da verguenza mantener la mirada con un desconocido.
Al tomar contacto con sus manos, una sensación de calidez y buenas vibras me invadió. Esto sucedió desde el comienzo, desde que sentí el calor de su piel sobre mis manos, siempre frías.

jueves, 5 de mayo de 2011

A comer zanahorias

Estoy yéndome a acostar escuchando música en mi nuevo y emocionante MP3 Sony. Cambié el genérico de Mercado Libre por la fama de las grandes marcas. Decía.
Escucho Calle 13 mientras malabareo para sacarme la ropa sin dejar de oír, cuando de pronto mi rebelde MP3 shufflea (me mezcla) toda mi música. Toda.

Paso a escuchar a Ella Fitzgerald con Joe Pass. Me parece demasiado para este momento, tengo que cambiar.
Rock.
Peppers.
Around The World.
Uno de esos tan afamados y buenos clásicos que un ortodoxo del rock podría no entender.
(No sé bien por qué se me vino a la cabeza Bowie. Hermosísimo.)

Es ahí cuando descubro una vieja carpeta hecha collage de palabras, totalmente cubierta, sin un espacio libre, reflejo de otras visiones de otros momentos. (Qué saudade dan ciertas visiones hoy ajenas en las que necesariamente ya no podemos creer.)

Me pongo a leer y luego a escribir (transcribir), algo apenas de lo que está ahí mientras se reproduce el disco -


Hay en mí formas extrañas, una extraña voz.
Importa lo que parezca. (No ficción.)
¿A fin de cuentas, es todo un chiste? Lo dice Chaplin.

Juventud divino tesoro. Sí, y para todos todo.
Sexo, la carne trémula.
A comer zanahorias.

El centro de la resistencia: ¿La Tierra?
La naturaleza habla.
Nunca.

Política y Drogas.
Cine Social y político.
Lo surreal - continúa.
Ayudame a mirar. Imaginate. Vos. Reflexioná.

domingo, 24 de abril de 2011

Salir más abrigado que de costumbre (que de la costumbre de los últimos tiempos) es signo de algo más:
el otoño ha llegado. Tiene esa nostalgia de domingo, cuesta salir pero se sale, se disfruta y hasta se siente novedoso (se redescubre)
Pronto hará más y más frío aunque aún puede gozarse el sol caliente de la tarde (pullover de día mediante).

Y si. La hojas de los árboles vuelven las veredas marrones y rojizas. Cuesta más salir de noche o debe buscarse al menos una salida que justifique la incursión, el transformarse en una cebolla de abrigos.

En tiempos friolentos, la cerveza suele cambiarse por un vino, las mesas de un bar al aire libre, por unas dentro o directamente renace la cinefilia y no paramos de gastar nuestros ojos en buenas y malas películas. Da menos culpa dejar plantados a los amigos.
Cuesta más salir de la ducha, dejar el vaho de vapor para tropezarse con el frío de nuestra casa.
Da placer el peso de las frazadas y prolongar cinco minutos más el dormir.
Si se tiene una cucharita a mano, se disfruta más y sino (a veces) se la busca.
Se aprovecha el día, el mate del Parque termina antes pues la caída de la noche nos hecha del verde.
Se extraña usar vestidos, o se siguen usando pero con calzas o pantalones debajo (nunca fui una Fashion Victim de esas capaces de pasar frío para estar "más lindas")
Cuesta más desvestir al otro, aunque cuanto placer en despojarlo de cada una de esas prendas y entrar en calor. El sudor chocando con el frío de la noche.

Pies fríos imposibles de calentar, muñecos de nieve de tan abrigados, narices rojas, guantes con llamas norteñas, estufas prendidas, calles desoladas y mucho más.
Mucho más.

Como dice Vinicius y María Galindo


«Que el amor sea eterno mientras dure», dice Vinicius de Moraes (Que não seja imortal, posto que é chama. Mas que seja infinito enquanto dure.) «No puedo ser la mujer de tu vida, porque soy la mujer de mi vida» graffitea María Galindo y las Mujeres Creando.

¿Y yo que digo? Pienso.

La mujer de mi vida. El hombre ideal etc. ¿Existen? Detrás de ellos viene la sagrada familia, la casa con un perro y dos hijos y todo el dogma judeo cristiano. Y occidental.

No.

Hay hombres y hay mujeres. Amores que son eternos e ideales mientras duran y se viven con la intensidad de ser El Amor (tal vez, o no y simplemente se viven). No puedo (ni quiero, la exigencia sería muy fuerte) garantizar ser La mujer. Sin embargo, tampoco estoy pudiendo ser Una y es por cuestiones que me exceden. Da lástima, bronca, por lo perdido. Los olores de un cuerpo, los besos aprendidos (aunque siempre nuevos y frescos), las cucharitas de la madrugada, y claro, los gemidos de placer, el tiempo suspendido donde reina lo no racional. Que lástima. "Que falta de respeto, que atropello a la razón" (cuánta frase de canción a flor de piel)

Establezco teorías pues los signos son contradictorios, hasta que me canso y digo

- Basta.

Mejor atenerse a los hechos. Materialismo puro. ¿O peronismo? Sí, es ese pragmatismo que tiene el peronismo el que le hace falta a nuestro sentir. Es mi nuevo y último Dogma (efímero seguro, hasta que vuelva a preguntarme y cuestionarme lo dado.)


Recuerdo: Escena de «La vida de Brian» de los Monthy Pythons. Están a punto de crucificar a Brian cuando llega Judith, su amada, a perdir ayuda al Frente Popular de Judea, donde militan ambos, para impedir el hecho. En lugar de salir corriendo, comienzan a debatir cómo actuar y redactan un manifiesto.

Esta genial ironía política para las izquierdas, podría extenderse a nuestros corazones (de cualquier ideología, eso es universal.) Siempre damos vueltas y más vueltas. Puta burocracia: es este posmodernismo que a todos nos toca vivir, el que nos lleva a temer decir lo que sentimos. Se pone de moda el Yoga, la Homeopatía y lo Zen, pero de manera superficial ya que seguimos sin conectarnos. No se tolera el sentirse mal, ni hay un cuestionamiento sobre el por qué. «Ya va a pasar» Y quizá pasa, o quizá no y queda en el fondo un resabio que resurge cuando se vuelve a caer.

Generalizo algo que me es propio o al menos propio de nosotras, las mujeres. Será por una cuestión social, pero hay un no entendimiento entre ustedes y nosotras. Maquinamos (nosotras, las minas) y dudamos si hablar o no. «Mira sí...» Y callamos. Yo prefiero una tristeza fundamentada a una incertidumbre sin razón de ser. No soporto el «que hubiera pasado sí»

Si no hablaba,

si me la jugaba.

Etc.

Ojo. Antes hablaba más y por cualquier cosa, ahora no tanto. Igual sigo creyendo en mis capacidades perceptivas, y a veces me equivoco, por supuesto.


Una constante: Uno nunca deja de sorprenderse y en general todo es más sencillo. Con la complejidad que eso tiene.


Al momento, este texto más que teoría es reflexión. Palabras vomitadas, letras que salen a borbotones, pensamientos que buscan su cauce.


Otro recuerdo: En mis vacaciones del Sur, hubo una noche en la que una de mis amigas le contó a un troglodita (la palabra es fuerte pero justa. A una amiga nuestra, lesbiana, le dijo que lo era por no haber probado un buen tipo-pito. Cómo es de suceptible el macho argentino.) Como decía, mi amiga le contaba que para ella el amor no tenía que ser necesariamente por siempre, ni monógamo. En su inconprensión, él justificaba ese pensamiento asegurando que le habían roto el corazón. La cosa no iba por ahí, el corazón seguro se lo han roto porque nadie está exento de eso, pero ese pensamiento ella lo tiene por convicción propia, ideología. Nos pareció absurda esa justificación, y sin embargo yo ahora la medito. Constituye tal vez una de las posibles teorías (de esas que establezco hasta que digo: - Basta.)

El Indio canta que «un corazón no se endurece porque sí.» Y si, el indio es bastante durazno pero más allá de eso, ¿va por ahí la cosa? ¿Hay un corazón herido o resentido? Resentido en el sentido más «medico» digo, como cuando un músculo se resiente por darle mucho trajín. Un re-sentir. Vivir mucho, ¿lo suficiente? Me cuesta entenderlo y no lo veo reflejado en quienes me rodean (de todos los márgenes generacionales) Difícil pensarlo pero uno nunca sabe. Que fácil es caer en la psicología barata (y los zapatos de noséqué esta vez) ¿Serán ciertas las ganas de nada? o simplemente como dice mi treiteañero amigo Quique -callejero, filósofo y tanguero de piel- es «puro chamuyo»


Discurso feminista: En esta sociedad patriarcal las mujeres debemos pensar siempre en otro. El hombre, la familia. A ellos los han llevado a ser autosuficientes e individualistas. En parte por eso hay un no entendimiento. Dos individuos mirando a uno solo. El así mismo y ella a él. Lo pensamos egoísta. ¿Por qué? ¿Por qué no pensar que somos nosotras las huevonas y que es válido querer estar solo, sin pensar en otro? Nos desgarramos las vestiduras en vano, al pedo en criollo.


Siempre hay más debajo de toda tristeza. Como si hubiese una capa superficial, una punta de iceberg y después el resto. Otros hechos se desencadenan (cuanta voltereta, de esa que me quejo para decir algo) hay otras frustraciones, otros miedos sobre los que uno debe interrogarse. Lo tremendo es la caída. Esa que no se espera, esa resolución de hechos que no se puede augurar. Los reyes magos no existen nene: la pérdida de una ilusión. Aunque sea chiquita e indescifrable.


«Puro chamuyo» dijo Quique, «es otra cosa» Y no sé si será cierto pero me dió gracia que lo diga inmediatamente después de relatar cómo la piba con la que salía (cortaron, no sé si hoy sábado en un ataque de soledad la habrá llamado) le hacía absurdas escenas con puteadas, gritos y hasta lo despertaba en la madrugada (cucharita mediante) diciéndole que «le había caido la ficha» sobre X hecho y lo rajaba a las 3 AM de la loma del orrrrrtoo. Pobre, él decía que había apostado al amor, se ve que la apuesta no fue recíproca.

¿Eso es amor?


Ultimo recuerdo: Los padres de la mencionada amiga mía (la del episodio del Sur) al escucharnos un día quejarnos de los celos y la necesidad de que existan para sentirse seguros, nos auguraban un «van a sufrir chicas» Y evidente, y lamentablemente, así parece.


No queda otra entonces que tomarse con menos solemnidad las cosas. El amor será eterno nuevamente y en otra forma. "Ya sufriste cosas mejores que éstas" Inevitable no explotar mi esencia de laurita Lo redo, aunque más bien parezco una Paula Cohelo cualquiera. Sentirse bien, tranquilo, logrando una buena belleza interna, de esas que se expanden (todo relativizado por la imposibilidad de certezas totales en este mundo) Y ahí sí, encargarse de uno. Bailar, teatrar, escribir. Y lo urgente por lo pronto: ponerme a leer que se me viene la noche, la maldita noche de la academia. Puaj.


viernes, 8 de abril de 2011

Dos veces y media yo.


Crónica desacartonada sobre el Parque de la Memoria. El mismo se encuentra en Costanera Norte, a unos metros de Ciudad Universitaria. Pensado y diseñado en "Honor a las víctimas del Terrorismo de Estado", se trata de un espacio amplio, con distintas intervenciones artísticas dispersas en el predio. La principal, o al menos en torno a la que gira esta crónica, es un Muro. Cinco paredes con  30.000 ladrillos. Muchos de ellos están tallados con nombres, 8718.


Dos veces y media yo


El muro es el eje, el protagonista ineludible. Primero uno, luego otro y después uno más. Tres. Larguísimos (¿cien metros?), y tan altos como dos veces y media yo. 
El muro puede adjetivarse y describirse. Sin embargo es difícil quedarse en un registro frío y distante.
El muro interpela de una forma personal, cada quien ve algo distinto y es complejo explicar lo que genera. Hay que ir.

Son piedras rugosas y ásperas talladas con nombres lisos y suaves. 
También, más que nada, son vidas que por su ausencia aún están presentes, historias del ayer que llegan al hoy. No son sólo nombres anónimos. Letras y más letras, sí.
También, cuerpos y mentes que fisicamente no están pero que de algún modo se hacen carne en estas paredes. 
Es inevitable no imaginar quiénes fueron, o no buscar a quien uno conoce.


El monumento cubre el período 1969-1978 y se ordena por año y alfabéticamente.
U, V, W. Encontré a Walsh.
Descubrí a Julio (Jorge Julio) López. ¿Por qué no extender la cronología al presente?
Pienso en si estará el amor chileno de mi madre. Víctor se llamaba.
Pasos y pasos. El año más largo de caminar es el 76, con muchas vidas por leer. Presentes ahora y siempre.
Algunos tienen su edad detallada, tenían tanto 13 como 63; otros no.
Hay embarazadas. Hijos que (tal vez) aún hoy no saben su real historia. ¿Y uno la conoce? Nuestra vida está marcada por hechos que la mayoría de las veces no cuestionamos, en los que no indagamos. El muro (nos) interpela.
30.000 vidas, 30.000 piedras, 30.000 lápidas. ¿Y dónde ubicarse si este muro es también un nosotros?

Y más nombres, y más pasos, y más muro alto.

En el Parque de la Memoria hay silencio. Solo el viento fresco del Río de la Plata susurra en la oreja de quien lo recorre. Las obras de arte están lejanas entre sí y hay cuatro personas a la vista. Podría parecer vacío de no ser por un muro que obliga a doblar el cuello y ver hacia arriba. Dos veces y media yo garantizan que sea imposible no ver. Él trae el pasado al presente.



Crónica realizada en el marco del Taller de Crónica Periodística de Lavaca, dictado por Claudia Acuña.

jueves, 7 de abril de 2011

La postal


Encontré un cuentito de Junio del 2009. Mucho tiempo ! (me gustó más de lo que recordaba)


Le corregí puntuación y algunas cosillas.



La postal




Dedicado a (inspirado en) Raymond Carver



Miró una vez más hacia abajo. Aún no se decidía aunque tenía que hacerlo; hacía más de media hora que estaba allí parada, observando, esperando un impulso: saltar o no saltar. Una audiencia bastante considerable esperaba su decisión y cada vez eran más, no podía irse. Saltó. La caída no duró lo suficiente como para tener conciencia de ella. Pronto el agua helada le tocó todo el cuerpo y el impulso la hundío hacia abajo. Salió a la superficie dando brazadas, y lo primero que vio fueron las caras expectantes de ese público improvisado que la miraban sorprendidos y aplaudiendo. Se sintió bien. El agua helada le había hecho correr la sangre por las venas de manera más veloz, o al menos así se sentía. Se recostó en una piedra y muy pronto el sol empezó a calentarla de nuevo.
- Lean, ¿me pasas un cigarrillo por favor?
Leandro estaba acostado boca abajo, leyendo, levantó la vista y la miró. Dejó el libro un momento, fue a buscar el bolso y volvió fumando con un cigarrillo, se lo pasó.
- ¿Me viste saltar? – dijo Ana
- Si. No creí que te fueras a animarte, tanto tiempo ahí parada.
- Bueno, no es tan fácil. – Ana odiaba que Leandro dijera cosas así – Tendrías que estar ahí, uno se da cuenta que en realidad es mucho más alto de lo que parece y que hay piedras. Tuve miedo. Anda si te animás.
- No me interesa. Me alcanza con verte a vos y a los chicos que pasan por al lado.

– se rió – Ellos sí que se tiran sin pensar.
Ella lo miró enojada, quiso decir algo. Los chicos, pensó, no tienen desarrollado el miedo de los adultos, juegan más y piensan menos. Pero no dijo nada.
- Pensé que no me habías visto – dijo ella finalmente, sin poder contenerse.
- Te ví Ana, lo que pasa es que no puedo dejar de leer. Hamlet acaba de confirmar que Claudio mató a su padre.
Ana volvió a mirarlo, pero esta vez resignada. Se preguntaba si habían hecho bien en irse juntos de vacaciones. Hace menos de una semana habían llegado y ya peleaban, o al menos vivían constantemente escenas como estas. Sentía que en el fondo ya ninguno se soportaba. Sin embargo le sonrió, miró el río y las sierras cordobesas, exhaló la última bocanada de humo y apagó el cigarrillo. Se dio vuelta y se puso a su vez a leer su libro.
- ¿Sabías que hay una película de este cuento?
- ¿Si? – Leandro contestó fingiendo interés – ¿De cual?
- De un cuento de Carver, “Parece una tontería” se llama. No la ví, pero me dijeron que estaba. Debe ser buena, el cuento al menos es interesante.
- ¿Interesante? Tal vez después lo leo. Estuve pensando que hoy a la noche podemos comer afuera. ¿Qué te parece?
- Podría ser. – Ana intentaba calmar el rencor que aún la dominaba – Vamos, dale,¿por qué no? Hay que ver a dónde ir.
No charlaron más por un buen rato, ambos siguieron abstraídos en sus lecturas, olvidándose de la presencia del otro. Ella pensaba en un compañero de su facultad que varias veces la había invitado a salir, pensó que tal vez podía aceptar. Juan podía cansarse de tantos rechazos, y después de todo la relación con Leandro no estaba bien. Decidió que iba a ver como se desarrollaban las cosas en los diez días de viaje que quedaban y ahí vería cual era su desición. El pensaba en su trabajo, cuando llegara tendría que ponerse al día con muchas cosas, revisar expedientes, hacer llamados, tener reuniones, todo sumamente engorroso. Iba a volverse loco. Seguía arrepintiéndose de no haber traído algunos expedientes al viaje. Ana no lo había dejado. “Estamos de vacaciones” había dicho ella. Y era cierto, pero si los hubiese llevado tal vez podía ganar tiempo, ahora ya no. Ana rompió el silencio

- Qué te parece ir al bar que hay sobre la calle principal. El naranja, creo que no es muy caro y está bueno.
- A ese no. Hay mucho careta. Prefiero pagar más y que vayamos a un lugar donde estemos solos. ¿Hace cuanto no cenamos juntos?
- Quiero ir a ese. No es por que sea barato, hay buena onda y pasan música que nos gusta. Siempre tan cerrado vos. Estamos solos, ¿qué te importan los demás?
- No voy a ir ahí.
Se callaron, un silencio sepulcral flotó entre los dos. Ambos siguieron leyendo pero ninguno prestaba atención. Pensaban lo mismo: ¿Qué hacían en un viaje así? Tan lejos de todo y sin ganas de nada. Ninguno recordaba cuándo había sido la última vez que cenaron juntos, ni cuándo había sido la presencia del otro los había puesto nervioso, o cuando el hacer el amor no se había tornado una rutina. 26 y 27 años y el sexo era un lugar común que ambos ya conocían.
- Tendríamos que ir yendo. Va a oscurecer y no quiero dormirme tan tarde – Leandro seguía con su rutina y su estructura inclusive de vacaciones. Ana sentía que ya no había lugar a la improvisación. Decir algo de nada servía. Decidió que en adelante le dejaría pasar todas las situaciones que la incomodasen, dejaría que él decidiera y tal vez así todo iría mejor.
Cuando llegaron a la hostería se bañaron y fueron a comer. Terminaron en el restaurante naranja. Sonaba Janis Joplin de fondo. Compartieron una pizza, tomaron cerveza y la pasaron muy bien. Parecía que ambos habían decidido eso, por lo menos hasta que el viaje terminara. En el hotel tuvieron un sexo que hace tiempo no tenían, disfrutaron. Terminaron durmiéndose tarde y levantándose más tarde aún. Al día siguiente pasearon por el pueblo, compraron miel casera y rieron de por vivido. Las primeras miradas que se habían hecho en la clase de economía. El se recibió y ella no, pero siguieron saliendo. Al atardecer él decidió pasar por el supermercado, comprar un paquete de yerba, galletitas y ciertas cosas que hacían falta. Ella iría al hotel, se bañaría y lo esperaría. Podía empezar a preparar los sanguchitos de la noche.
De camino al hotel Ana decidió cambiar el recorrido, conocer otras partes del pueblo. Fue así que en medio de una pequeña calle de tierra pasó por una casa con la persiana levantada. Al principio pasó de largo, pero volvió pues algo le llamó la atención. Un hombre de unos 30 años estaba sentado en un banco tocando el bandoneón, una luz muy tenue lo iluminaba y colaboraba a la mistificación de su imagen. Tenía el pelo largo y bastante barba, seguramente Leandro lo consideraría un careta más, pero a ella la imagen la impresionó. Algo se le movilizó por dentro. El hombre comenzó a tocar un tango. La nostalgia la invadió. De pronto él se detuvo, parecía pensar en algo. Levantó la vista y la vio. Ana se quedó inmóvil, no hizo nada, ni pretendió hacerlo.
- Hola, ¿qué tal? – El hombre de barba se acercó a la ventana y la saludó. Ana encontró sumamente irresistible su voz.
- Hola – contestó, casi titubeante – disculpame, es que justo pasaba y me llamaste la atención.
El se rió y le regaló una sonrisa, le hizo un gesto y la invitó a pasar. Ana miró la hora: tenía algo de tiempo. Esteban le contó que vivía en Córdoba hace diez años, que tenía una banda de tango con la que viajaba cada tanto, pero básicamente tocaba ahí. Vivía durante el año de lo que hacía en la temporada, de tocar en bares, plazas, donde fuese que lo llamaran. La conversación se tornó tan interesante que cuando Ana vió la hora casi corrió hasta el hotel, Leandro iba a matarla, se sentía culpable, no sabía por qué. Sin embargo cuando llegó él no estaba, en la recepción le dijeron que no había vuelto aún, lo llamó al celular y no respondía. Su culpa se tornó en preocupación, y luego cuando él llegó y le dijo que se había quedado charlando con un viejo que le había hablado sobre el pueblo, se enojo con él y consigo misma.
- Vamos a comer algo por la plaza, ya es tarde – Dijo ella.
Fueron a la plaza y comieron unas empanadas. Leandro le contó las historias del viejo.
- ¿Podés creer que la única que vez que estuvo en Buenos Aires le robaron? No volvió más, pobre viejo.
En la plaza sonaba un grupo de tango. Esteban tocaba el bandoneón. Pareció sorprenderse cuando la vió con Leandro. Su novio se acercó en un momento a una mujer que lo estaba mirando, la saludó y charlaron un rato. Ana pensaba pedirle una explicación cuando de pronto la banda terminó y Esteban se le acercó.
- Hola, ¿cómo estas? – Se rió – te vi con alguien.
- Es Leandro, mi novio.
- No sabía nada.
- Si, por ahora – ¿Por ahora pensó Ana? Se sorprendió de su respuesta, pero la repitió, queriendo explicarla – Por ahora es mi novio. Igual, sabés como son estas cosas. Los viajes de pareja que se hacen para... – Se quedó callada. No sabía por qué estaba de viaje.
- Bueno si querés, vos y tu novio pueden venir esta noche a Macondo, tocamos ahí a la una.
Macondo era el restaurante naranja. Ana sonrió para sí misma y asintió. Le prometió a Esteban que le iba a consultar a su novio.
Cuando Leandro volvió ambos quisieron saber con quienes hablaban.
- Es una chica que apenas conozco, compañera del trabajo de mi hermana. Decíme vos quién era ese personaje barbudo con el que hablabas. ¿No era el de la banda?, te quiso conquistar seguro.
- Era el de la banda, pero no lo conozco – mintió sin saber por qué, por qué no contaba que ese día había cambiado su recorrido y conocido al hombre de la barba de pura casualidad – Estaba invitando a todos esta noche porque tocan a la una en Macondo, el lugar al que fuimos, el naranja, ¿vamos?

- No, no quiero. No me gusta el tango, lo sabés. Andá vos si querés – pretendía que Ana dijese que no
- Bueno yo voy, de última ya sabés, me buscas ahí. Ni bien termine voy al hotel.

Ana volvió a las cinco de la mañana. Leandro dormía. Ella aún olía a cerveza. Aún rondaban en su cabeza las imágenes de ella y Esteban, el olor a Esteban. Se sentía bien y al mismo tiempo mal. Leandro tenía la ropa con la remera al revés y el pantalón mal puesto, como a las apuradas. Ana no se dio cuenta, no quiso darse cuenta. El tampoco quiso reconocer el olor ajeno en el cuerpo de su novia. Por la mañana ambos pensaron que sería interesante cambiar de planes e ir a otra ciudad así conocían un poco más. Córdoba era una provincia muy linda. Se fueron a traslasierra, todos los pueblos de allí les parecieron hermosos. El resto del viaje se mantuvo estable, rutinario.
Al volver a Buenos Aires cada uno decidió que iban a seguir la relación. En realidad nunca habían hablado entre ellos terminar, ni tampoco hablaron entre ellos el seguir, fue un acuerdo implícito, en silencio. Estaban cómodos así y después de todo, pensaban los dos, ya tenían 26 y 27 años, no era tan importante la pasión y el escucharse y acompañarse en todo, eso era de adolescentes, y ellos eran adultos. Estaban acostumbrados el uno al otro, tal vez hasta tuvieran hijos algún día. No volvieron a hablar sobre el viaje a Córdoba, y mucho menos sobre aquella noche de la plaza, aquella noche de Macondo. Estaban bien así, lo repetían una y otra vez, estaban tranquilos. No valía la pena.

sábado, 2 de abril de 2011

Gorila del sentir.

La lapicera escribe porque el corazón siente. Si aparecen estas letras es porque una descarga es necesaria, porque así duele menos.
Le huyo a las grandes palabras.
Ama.
Sufre.
Teme.
(Casi un amar, temer, partir)

Tal vez sea porque es difícil identificarse en sentimientos que de tan populares, se vuelven complejos. ¿Complejos para quién?

Gorila del sentimiento.
¿Dónde están los ovarios para gritar sí amo, sí sufro, sí temo? Cuanta locura.

Quizá amar sea una palabra grande. No a cualquiera puede decírsela porque la procesión va por dentro y debe ser real.
Ansiedad.
Memoria recurrente sobre ciertos hechos. (Desconcentración constante.)
Encontrar en todo algo del otro.
Sonrisas inesperadas mientras se camina, o se estudia, o se viaja en colectivo.

Signos. No a cualquiera se le dice te amo porque detrás de esas palabras hay mucho más.

Entonces sí. Mejor cuidarnos y no decirle nada a nadie, ni siquiera un tequiero. Mejor no darse cuenta de que por dentro algo se mueve. Mejor pensar mucho, en el trabajo, los amigos, la poesía rusa del S. XIX. Lo que sea. Mejor pensar y no sentir.

Alto.
Volví al principio.
Gorila del sentimiento.

Reformulo. Visto y considerando que mi cabeza piensa de más, y que eso es inevitable, agreguémosle el sentimiento.
Lo confieso: siento.
¿Qué? Mucho. Cuesta identificar. Pero la base está y el sentimiento también.

Eso me hace feliz.

Sentir es una victoria. Frente a la frialdad y acartonamiento de la vida. No todo es tan estructurado, tan meticulosamente planeable.

Se me fue todo de las manos. Y me encanta. Derribe una coraza - vivo sus concecuencias -
Prefiero eso antes que el cálculo.
Desconfío de manera intuitiva, también profundamente, de aquellos que tienen todoclaro.
¿Quién sabe todo tan bien? Es preferible la confusión porque la vida así es.

No a dejar de lado la piel. No a dejar de lado el sentir en la profundidad del cuerpo. O del corazón si se prefiere.
Cariño, amor, odio, miedo.
Amor.

Sentir es una victoria, la elijo. Y si suena chiapoteco, me chupa un huevo.
Un ovario, perdón.

lunes, 28 de febrero de 2011

Panorámica de un paisaje urbano.


Para Holden Caulfield


Panorámica de un paisaje urbano: es atardecer, con un sol a la derecha casi lo suficientemente fuerte como para quemar la foto.

Pero no.

No llega a ser tan cálido. Se asoma detrás de dos grandes edificios. O se esconde mejor dicho, puesto que a esta hora de la tarde el sol cae y la luna crece.

La fotografía, sin embargo, se inicia a la izquierda, con doce edificios intercalados entre sí. Dos llaman la atención : se los ve cercanos, sólo que uno está detrás del otro. Presumiblemente el primero se ubique en la calle Moldes y su compañero de más atrás, sobre la perpendicular, Olazábal;

geografía barrial.

¿Barrial Belgrano? Geografía urbana digamos. Más altos, más bajos, delante, detrás, de ladrillo y material blanco, de ladrillo y material verde, blanco con verde, con más o menos pisos. Todos distintos, todos lo mismo: éste es el horizonte urbano, no una pradera.

Si se mira al frente –recuerden que esto es la descripción de una fotografía – hay más edificios, no se sabe cuántos, muchos. No vale la pena contarlos.

Se olvidó comentar que el punto de vista de la cámara (del camera-man/camera-woman) es el de un octavo piso, contrafrente y con la suerte de tener el paisaje interrumpido por un vacío limpio de chatarra urbana. Hacia abajo a la izquierda hay un baldío tomado, en el frente una terraza en un primer piso y un estacionamiento en una planta baja, y a la izquierda el amplio patio de un colegio judío. En una palabra: un cráter en el medio de los edificios, una respiración, una laguna en las montañas. Es así como puede uno asomarse y ver. Ver un poco más.

De frente, pues, muchos más edificios, sólo que esta vez parecen siluetas en 2D y no ese dibujo aprendido para dibujar volúmenes. Se ven asimismo varias de las antenas que transmiten la cultura boba. Son bichos rígidos de metal donde sin embargo se posa un pájaro. Ironía darwiniana. ¿Quién es el más fuerte?

A la derecha, por último, se ven aquellos dos altos señores antes mencionados y el famoso sol que aún calienta placenteramente.

Delante de todo esto, por fin, una reja, la de la terraza.

Si bien se trata de una fotografía, vale la pena mencionar el sonido de fondo: se escucha una salida de alguna clase de gas en un edificio vecino, el acelere de una moto, una fuerte frenada, un camión destartalado andando. Por suerte se está un poco más alejado de lo que parece, como a 500 millas.


O lo que sea.

“Claro que me gusta que se atengan al tema, pero no demasiado. No sé. Me aburro cuando no divagan nada en absoluto (…) Me gusta mucho más que un chico me hable de su tío. Sobretodo cuando empieza hablando de una finca y de repente se pone a hablar de una persona. Es un crimen gritarle digresión.”



miércoles, 23 de febrero de 2011

Simpatía por el Rock

“It´s just de shadow way” sonaba con ese ruido pastoso que tienen los casettes. Estilo noventoso: jardineros cuadrillé y la lengua impresa en alguna remera raída por el tiempo, el uso, el rock. Sin embargo, más allá de ese ruido que confundía las distorsiones de la guitarra de Richards con una lluvia incesante, casi como si fuera un recital en vivo y acuático, los fans soportando las inclemencias por sus líderes rockeros, más allá de ese ruido, el tema se gozaba igual.
Pero era el 2021 y lejos estaba esa época de oro rockera. Ella moría por ver a los Rolling Stones, leyendas vivientes, pedazo de historia surcada en cada poro de su piel. Los escuchaba a diario, realizando el ritual de poner ese cassette de su madre que ya era toda una antigüedad. Hacía más de seis décadas que esos chicos malos hacían bailar a la gente, saltar, cantar, enloquecer. Siempre, la última vez que venían era la última vez. Y aunque nadie quisiera creerlo, aunque se supiera la mentira de esos dichos, daba miedo. Daba miedo que algún día el tiempo pase finalmente factura y que los octogenarios líderes por fin cayeran, como cayeron tantos, como debió haberles pasado hace rato. Ella moría por ver a los Stones, tantas veces se había perdido la oportunidad de hacerlo. Hace mucho no se sabía nada de ellos. Ningún tema nuevo, ni discos, ni romances atribuidos, ni baños de oxígeno para regenerar la piel.
Una tarde, sin embrago, encendió la televisión y vio una imagen que casi la hizo llorar: Los Rolling Stones volvían, hacían su última gira, mundial, multitudinaria y especial. La idea era dar un recital de cuatro horas, con varios cortes, pero repasando temas ya olvidados por el paso del tiempo, temas inéditos y los clásicos de siempre. El único inconveniente era que para disfrutar del elixir musical, había que tener una fortuna similar a la de Rockefeller. Y ella no la tenía.
Comenzó a pensar ideas para juntar dinero, mucho y rápido. Apuestas, cuidado de niños y/o ancianos, ser camarera, vender por los subterráneos, convertirse en una estrella de la publicidad. Mientras cavilaba una buena idea, el tiempo iba pasando y sus ocurrencias se extremaban cada vez más, sólo que el dinero no llegaba a ella, las fechas se agotaban y los músicos no se quedarían en el país por siempre. En eso pensaba cuando un día, por mirar la vereda viendo si encontraba algún billete salvador, haciendo eso había juntado un quinto de la entrada, se chocó con un hombre trajeado. Se sintió mal. Su obsesión la había llevado a alejarse de seres queridos, a enfrascarse en su casa y a chocarse con gente. Debió haber sido por su mirada desesperanzada que el hombre le preguntó lo que le sucedía. Casi le dio vergüenza contarlo, pero lo hizo. Quería ver a los famosos y geniales Rolling Stones sólo que no podía porque no tenía el dinero ni sabía como juntarlo. El hombre trajeado estalló en carcajadas. Ella no sabía cómo interpretar esa burla hasta que se explicó: él era gerente general de la empresa que traía a los octogenarios. Ella se sintió parte de una pesada broma televisiva. Pero no, era cierto. El trajeado le dijo que le ofrecía trabajo en la empresa y ese día en el recital. Debía estar en el vip, atender a ciertos famosos de influencia y verlos a ellos, de cerca, en vivo y en directo.
“It´s just de shadow way” sonaba con ese ruido de recital en vivo, sin los arreglos de estudio, pero más real y cercano. Jagger se movía como nadie, ella lo escuchaba y era feliz.

martes, 8 de febrero de 2011

California en la Pampa

- No sé como empezar – dijo él.

- Yo tampoco – respondió ella.

Hubo un silencio, una mirada, un beso. Se tomaron las manos y entraron. La estación de servicio era pequeña, con cinco góndolas apenas, esas en las que hay lo justo y necesario para salir del paso. Tenía cosas como agua, galletas, algún sándwich. De no ser por los paquetes de yerba colocados en una de las caras de la primera góndola, la imagen podría ser la de una mala película yanqui: la estación de servicio perdida en el medio de una ruta desértica, un vendedor flacucho e insulso, y él y ella detrás del mostrador, encapuchados, con un arma y gritando esto es un asalto. Desconocían cómo proceder. Más que novatos, eran improvisados, dos lanzados a la suerte. No pretendían hacer del robo una forma de vida, una larga carrera llena de tropiezos aunque en constante ascenso hasta convertirse en los más conocidos ladrones del confín. Era demasiado rebuscado ese propósito; ellos eran improvisados y robaban para tener dinero en ese momento. No importa el por qué. En la estación sólo estaba el vendedor flacucho y otro que cargaba el combustible y que en ese momento estaba detrás de una puerta de la estación y desde allí observaba todo. Ellos eran el único personal y detrás de esa puerta guardaban sus pertenencias.

- Esto es un asalto – volvieron a decir.

El estupor del vendedor flacucho, al que se podría llamar Maxi, era tal que apenas podía moverse. Tres veces tuvieron que repetir él y ella la bendita frase para que accionara. Cada vez se exacerbaban más. No sabían bien qué hacer y por lo tanto sólo les salía exagerar todo, como si realmente aquella fuese una geografía yanqui, hubieran diez cámaras y el asalto fuese a una cantina de cowboys. Pero no. Las tierras tenían la inmensidad de la patagonia en otoño y a nadie le importaba un robo allí.

Esto es un asalto – cuarta vez.

El vendedor puso el dinero en la gorra que le tendía ella. Tenía bordada la palabra APROCABOA. Miraron el dinero juntado. Era paupérrimo. El preguntó dónde estaba el resto y Maxi contestó que no había resto mientras miraba hacia la puerta dónde estaba el expendedor de nafta. El ladrón corrió hasta allí y abrió la puerta pero no encontró nada ya que el otro se había escondido detrás de la mercadería del local.

Realmente no había más dinero. Nadie iba a esa estación. Hasta los dos del personal vivían lejos. Maxi miró a sus ladrones rogando que nada hicieran. No sospechó que eran incapaces, que no pretendían hacer una carrera ni daño a nadie. Antes de irse le dieron una palmada en la espalda. Los asaltantes colocaron el dinero en un bolso y se fueron. Se sacaron las capuchas y caminaron por la ruta.